["BORRAR LO QUE ESCRIBIMOS", colaboración en krakens y sirenas el 20 de Abril de 2016]
El folio parece bailar al ritmo del temblor de mis manos. Los ojos
siguen brillantes por la emoción. Hace una semana que estoy de vuelta,
en casa, y acaba de llegarme la carta. Tengo clavada en la memoria su
sonrisa y mirada tierna, con el flequillo casi tapándole un ojo, de esa
manera descuidada en que le gusta llevarlo. Estábamos en la cocina esa
última mañana, con el desayuno por testigo y casi sin tocar; acariciaba
mis manos distraídamente, como si fuera una conversación más de las que
habíamos tenido ese mes.
Un mes. Un mes entero, con sus días y sus noches, que no podré
olvidar. Me lié la manta a la cabeza y decidí no partir mis vacaciones
este año. La situación en casa llevaba meses tensa, ambos necesitábamos
un poco de distancia, así que mataba dos pájaros de un tiro (y no sabía
si, de paso, las pocas esperanzas vanas que aún me quedaban). El pensar
en un contacto de una red social, a quien no has de dar muchas
explicaciones porque no sabe demasiado de la situación en casa, se me
antojó perfecto como vía de escape.
Se lo propuse y aceptó, así de sencillo. Y así ha fluido todo desde
el principio, con una compenetración que no admitía dudas ni reparos.
Vive junto al mar, ¿cómo no iba a apetecerme? Eso me dije…y que es buena
gente, y que me transmitía un buen rollo que no podía ignorar. Eso
también me lo dije. Lo que hice fue ignorar el magnetismo de su sonrisa y
su mirada tierna. Malditos ojos. Maldita boca.