Desperté y lo tenía pegado a mí. Podía
sentir el calor, el cosquilleo de su vello en mi espalda y la dureza de su pene
pegado a mis nalgas. No se movía. Un brazo rodeaba mi cintura y el otro, bajo
mi cuello, se había colado buscando la mano un camino entre mis pechos para
poder llegar a rozar uno de mis pezones. Sus piernas, pegadas a las mías,
intentando no dejar resquicio alguno entre mi cuerpo y su miembro duro, ése que se había acoplado a aquel pliegue entre las carnes prietas y parecía
haberse refugiado allí como si fuera la última trinchera. De vez en cuando, apenas un suave
movimiento de lado a lado y hacia delante, como unos pasos de baile dados sin
pensar, lo justo para asegurar la posición.
Me resistía a moverme y así, aún
adormilada y con los ojos cerrados, disfrutaba de la sensación del calor de su
piel, su roce en la espalda y aquella polla dura llena de promesas. Él no
era consciente todavía de que había despertado, ni siquiera estaba segura de
que él estuviera despierto del todo. Mi cuerpo empezó a reaccionar y el calor
ya no provenía de él, sino de mí, de cada poro de mi piel. Me moví un
poco, asegurando que no cabía entre mis nalgas nada más que aquella verga
empalmada, lista para mí. El movimiento hizo que mis muslos se rozaran y sentí
mi sexo húmedo, expectante.
Un instante después sentí su mano, había
dejado mi cintura y se abría paso entre mis muslos desde la parte baja de mi
culo, desde allí donde esas dos preciosas bolas golpearan apenas unas horas
antes. Me dejé llevar de nuevo y le despejé el camino a aquella mano
aventurera, sólo un poco al principio, lo justo para dejarla pasar y que
tuviera que restregarse con mis piernas hasta llegar a mi vulva.
El sol calentaba tenuemente mi cara, la
mañana estaba avanzada ya, su mano en mi sexo y su polla apretada contra mi
culo. Su respiración se aceleró un poco y sentí su boca en mi nuca, entre el
pelo. Y entonces, mientras pensaba en la suerte de ese despertar después de
meses de sequía, con el sopor de estar aún despertando y sin haber abierto
siquiera los ojos todavía, otro pequeño movimiento detrás provocó que toda
aquella dureza pasara a estar pegada a mi coño. Su pelvis bien pegada a la
parte baja de mi trasero y su verga llenando ahora aquel surco húmedo desde
bien atrás hasta mi clítoris.
Quería poseerla, hacerla mía sin sentirla
dentro y acerqué mi mano, cubriéndola toda, de manera que pudiera sentir mi
vulva mojada, bien abierta por un lado y mi mano rodeándola por la otra. Le
escucho gemir en un susurro y me sonrío. Me suena a gloria. Besa mi nuca de
nuevo y pasa de acariciar a pellizcar ese pezón en el que hasta ahora había
descansado su mano de manera perezosa. Así, bien pegadita a él, me muevo un
poquito restregándome contra la polla y enseguida noto el glande
empapado, resbaladizo, y lo acaricio con el pulgar haciendo círculos. El mete
sus piernas entra las mías y me ayuda en ese vaivén, adelante y atrás, lento y
cortito. Noto cómo su glande acaricia y choca levemente contra mi clítoris y
empiezo a jadear. No me conoce, pero ya se llevó anoche su ración de gemidos y
pequeños gritos mientras me follaba. Mis caderas aceleran el ritmo y noto mis
tetas apretadas, masajeadas, con los pezones duros bajo el constante asedio de
sus pellizcos. Mi mano aprieta ese miembro que parece a punto de reventar y me
dejo ir. Dejo de pensar, ya no soy capaz, y a lo lejos, como si mi mano
fuera algo externo a mí, siento cómo él se derrama mientras me sigo adentrando
allí donde me elevo para luego caer, sin que nadie pueda seguirme.
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