martes, 26 de marzo de 2013

Despertares



Desperté y lo tenía pegado a mí. Podía sentir el calor, el cosquilleo de su vello en mi espalda y la dureza de su pene pegado a mis nalgas. No se movía. Un brazo rodeaba mi cintura y el otro, bajo mi cuello, se había colado buscando la mano un camino entre mis pechos para poder llegar a rozar uno de mis pezones. Sus piernas, pegadas a las mías, intentando no dejar resquicio alguno entre mi cuerpo y su miembro duro, ése que se había acoplado a aquel pliegue entre las carnes prietas y parecía haberse refugiado allí como si fuera la última trinchera. De vez en cuando, apenas un suave movimiento de lado a lado y hacia delante, como unos pasos de baile dados sin pensar, lo justo para asegurar la posición.

Me resistía a moverme y así, aún adormilada y con los ojos cerrados, disfrutaba de la sensación del calor de su piel, su roce en la espalda y aquella polla dura llena de promesas. Él no era consciente todavía de que había despertado, ni siquiera estaba segura de que él estuviera despierto del todo. Mi cuerpo empezó a reaccionar y el calor ya no provenía de él, sino de mí, de cada poro de mi piel. Me moví un poco, asegurando que no cabía entre mis nalgas nada más que aquella verga empalmada, lista para mí. El movimiento hizo que mis muslos se rozaran y sentí mi sexo húmedo, expectante. 

Un instante después sentí su mano, había dejado mi cintura y se abría paso entre mis muslos desde la parte baja de mi culo, desde allí donde esas dos preciosas bolas golpearan apenas unas horas antes. Me dejé llevar de nuevo y le despejé el camino a aquella mano aventurera, sólo un poco al principio, lo justo para dejarla pasar y que tuviera que restregarse con mis piernas hasta llegar a mi vulva.

El sol calentaba tenuemente mi cara, la mañana estaba avanzada ya, su mano en mi sexo y su polla apretada contra mi culo. Su respiración se aceleró un poco y sentí su boca en mi nuca, entre el pelo. Y entonces, mientras pensaba en la suerte de ese despertar después de meses de sequía, con el sopor de estar aún despertando y sin haber abierto siquiera los ojos todavía, otro pequeño movimiento detrás provocó que toda aquella dureza pasara a estar pegada a mi coño. Su pelvis bien pegada a la parte baja de mi trasero y su verga llenando ahora aquel surco húmedo desde bien atrás hasta mi clítoris.

Quería poseerla, hacerla mía sin sentirla dentro y acerqué mi mano, cubriéndola toda, de manera que pudiera sentir mi vulva mojada, bien abierta por un lado y mi mano rodeándola por la otra. Le escucho gemir en un susurro y me sonrío. Me suena a gloria. Besa mi nuca de nuevo y pasa de acariciar a pellizcar ese pezón en el que hasta ahora había descansado su mano de manera perezosa. Así, bien pegadita a él, me muevo un poquito restregándome contra la polla  y enseguida noto el glande empapado, resbaladizo, y lo acaricio con el pulgar haciendo círculos. El mete sus piernas entra las mías y me ayuda en ese vaivén, adelante y atrás, lento y cortito. Noto cómo su glande acaricia y choca levemente contra mi clítoris y empiezo a jadear. No me conoce, pero ya se llevó anoche su ración de gemidos y pequeños gritos mientras me follaba. Mis caderas aceleran el ritmo y noto mis tetas apretadas, masajeadas, con los pezones duros bajo el constante asedio de sus pellizcos. Mi mano aprieta ese miembro que parece a punto de reventar y me dejo ir.  Dejo de pensar, ya no soy capaz, y a lo lejos, como si mi mano fuera algo externo a mí, siento cómo él se derrama mientras me sigo adentrando allí donde me elevo para luego caer, sin que nadie pueda seguirme.

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