miércoles, 27 de marzo de 2013

Encendida

Andaba en ascuas por la incertidumbre y caliente de imaginar algún desenlace viable. Todo era posible, el rechazo ante una situación en que me insinuara lo suficiente como para dejar claras las intenciones, o también que mostrara las cartas abiertamente y pudiera yo dar rienda libre a mis deseos. Eso era lo que me estaba consumiendo, el deseo, cada vez más cargado de un cierto cariño según nos íbamos conociendo. No pasaba  un día sin que la tentara en mis fantasías de mil y una maneras diferentes: delicada y tierna a veces; directa y sin tapujos otras; pero siempre con una pasión desbordada. Se convirtió en mi compañera de cama sin haberla compartido todavía pues cada roce, cada masturbación, venía de su mano. Eran tantas las ganas, había pasado tanto tiempo desde que comenzara esta fijación, que se estaba convirtiendo en obsesión.

La imaginaba en la cocina con un tarro de helado en la mano y cara traviesa, lamiendo despacio una cuchara llena y dejando que se deshiciera lentamente en su lengua roja, caliente, esperando a compartir conmigo esa misma cucharada. Pero al día siguiente la situaba tímida en el portal, arrinconada en una esquina, después de un cine, una cena cargada de miradas y un par de copas, rozándome apenas con sus labios al besarme y dejándose tocar, pasiva pero sin remilgos.
"Proposición indecente" decía el asunto del correo electrónico que me envió, con el nombre del lugar y el día del supuesto encuentro. No acierto a describir el momento de shock que viví y las emociones que me embargaron. Perdí la cuenta de las veces que lo releí o que volví a comprobar que realmente no era producto de mi imaginación aquel correo.

Llegué pronto pero fue cuando estaba en la barra, pidiendo ya la segunda copa, cuando sentí una mano en mi trasero. La sentí como una mezcla de roce y palpar suave, sin detenerse pero dejándome notar el tacto de la mano abierta. Me quedé inmóvil un momento sin poder reaccionar, era demasiado evidente y a la vez sutil el movimiento, lo suficientemente rápido para no ser obvio para el resto de ojos y lento para hacerme consciente. ¿Consciente de qué?, casi tenía miedo de girar la cabeza y ver quién me provocaba de esa manera tan delicada y al mismo tiempo descarada por si no era quien yo esperaba. Giré la cabeza a la izquierda, que era por donde había terminado de sentir el roce y no había duda posible, nadie más a mi lado. Allí estaba ella. 


Al sentir que la miraba se giró hacia mí con una mirada serena, y una sonrisa que me dejaron sin aliento por el descaro y que consiguieron que me recorriera el cuerpo ese sabor añejo del miedo. El miedo a lo largamente deseado. Sus ojos oscuros me estaban atravesando y veía cómo me recorría la cara, deteniéndose en la boca. En un acto mecánico, irresistible, abrí apenas mis labios y pude ver asomar una mirada en su cara que hizo que replegara velas y me marchara de allí con la copa temblando en mi mano. Ya lejos de ella, cuando me relajé un momento pude sentir que mi respiración se había alterado un poco y busqué un sitio donde poder sentarme y pensar. En el local había una zona chillout en la que me refugié. Pero apenas me acomodé sentí la necesidad de buscarla, saber dónde estaba y, al ver que no estaba en la barra, una punzada de decepción consiguió que me calmara de golpe. Quizás eso era todo. Había huido, y sin embargo, recordando su mirada en mi boca y el roce en mi culo sentí calor entre mis piernas.

 Estaba intentando decidirme entre dar el tema por perdido o levantarme y buscarla, pero, ¿buscarla para qué?, ¿para intentar aclarar algo, acaso?. Entonces mi debate interno quedó callado cuando la vi acercarse, de nuevo mirándome fijamente a los ojos, retándome calladamente, y se sentó a mi lado. No me rozaba, ni me tocaba parte alguna de su cuerpo pero estaba tan cerca que no me atrevía a moverme o yo la rozaría. Así, en ese terreno desconocido para mí, sentí mi cuerpo lleno de dudas y anhelo por la promesa de su cuerpo. Ese cuerpo que llevaba tanto tiempo deseando.
En un arranque de confianza decidí recorrer la mitad del camino y puse mi mano entre nosotras dos. Esperé. Ni una mirada, ni una palabra, ningún indicio de respuesta y mi corazón latiendo a mil por hora. Momentos después, sin mirarme siquiera sentí que se movía, recostaba un poco su cuerpo hacia atrás y ponía su mano detrás de mí, pegada a mí. Podíamos pasar por dos amigas en un gesto amistoso de ella pero yo percibía su brazo rozando ahora mi espalda y cómo con su dedo acariciaba mis nalgas. Agaché la cabeza un poco y cerré los ojos saboreando un instante esas sensaciones. Podía sentir más intensamente ahora mi entrepierna y notaba el hormigueo por todo el cuerpo. Entonces se acercó y me susurró al oído, “ven”. Fue un susurro, un momento apenas pero me rozó el calor de su cuerpo al acercarse y de su boca, más en mi cuello que en mi oído.

Se levantó aprovechando para tocar mi brazo mientras se iba y, sin pensar, la seguí. No tenía idea de dónde iba pero la expectación hizo que mis bragas se mojaran, me había excitado sólo con la idea de abrazarla, besar la piel de aquella mujer que desprendía una sensualidad que había logrado despertar mi libido de nuevo. Entró en el baño y pasé tras ella pero no tenía ni idea de qué hacer después o cómo reaccionaría si había más mujeres allí. Llevaba el corazón en la garganta y la entrepierna casi dolorida por la excitación. Nadie más dentro. Se cerró la puerta detrás de mí y, al girarme, la tenía a diez centímetros de mi cuerpo mientras yo miraba nerviosa si había otras puertas de las que pudiera salir alguien en cualquier momento. Sentí sus manos en mis caderas. No sabría decir si todo se movía a cámara lenta o por el contrario, muy deprisa. Sólo era capaz de mirarla, dejarme hacer, andaba completamente perdida y la deseaba demasiado. De manera decidida sus manos pasaron de mis caderas a mi culo y me acercó a ella…definitivamente iba a pasar. 

Aspiré su aliento dulce mientras se acercaba despacio y rozó mis labios carnosos, suaves, y el beso era nuevo, delicado pero urgente. Le agarré por la caderas y me noté empapada. Abría más mi boca y sentía su lengua rozar la mía, un poco más adentro después, y entonces fui yo la que la besé con premura porque yo también quería coger, no sólo dar. Le mordí un poco el labio y noté cómo se pegaba a mí, cómo sus pechos me rozaban, y subí mis manos, quería tocarlos, me moría por tocarlos.  No podía creer cuánto me gustó la sensación y apreté un poco. Me pareció palpar los pezones duros a través de la tela. Se apartó un momento de mi boca para echar la cabeza un poco hacia atrás y entretanto sus manos seguían en mi culo, apretando y manteniéndome pegada a ella, restregando su sexo con el mío. Aproveché para besarle el cuello, esa aterciopelada piel a la que mis labios se pegaron por primera vez y lamí suavemente oyéndola gemir mientras me negaba a soltar sus pezones de entre mis dedos; pero entonces me subió el vestido mientras me acariciaba los muslos por dentro y me frotó la entrepierna, las braguitas completamente empapadas e introdujo sus dedos en mi sexo. Empecé a moverme restregándome contra su mano, apenas podía creer que me estuviera masturbando, y nos comimos de nuevo la boca, con un baile de lenguas en el que parecía que también ellas se quisieran follar. Me sentí más valiente entonces y la toqué; puse mi mano en su coño, agarrándolo entero, y sintiendo su ropa interior también caliente, mojada. Había urgencia ahora en la manera de restregar nuestros cuerpos y de repente tocaron a la puerta.

Volví a la realidad, estaba en un baño metiéndome mano con una chica. 
Nos separamos y nos recompusimos la ropa, yo nerviosa y frustrada, y la miré mientras me sonreía con la boca y me comía todavía con los ojos. Abrió la puerta, tranquila, y salió de allí sin mirar atrás, sin importarle el tono y las palabras de queja de aquella que entraba. La seguí, incapaz de quitarle los ojos de encima, mientras que únicamente era consciente del calor y el dolor que tenía allí abajo por el calentón insatisfecho. 

Se dirigió hacia la salida y seguí su estela a cierta distancia cuando, de repente, la vi girarse y acercarse de nuevo a mi. Me miró muy cerquita a los ojos y besó de manera  tierna mi mejilla. “¿Nos vamos a casa?”, dijo, y yo asentí. Y entonces sí la seguí, a casa; por fin iba a hacer realidad mis fantasías con mi compañera de piso.

2 comentarios:

  1. Buen planteamiento querida Erika. El deseo de convetir lo conocido en desconocido, el morbo de crear incertidumbres para posteriormente declararles la guerra a cañonazos. Sigo leyeno. Gran historia, la tendría que leer en gafas!

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  2. Me alegro de que puedas leer cosas fuera de Gafas que también te gusten y te interesen ;-)

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