Nos reconocimos. En el tren, con
una libreta y un bolígrafo, escribiendo a la vieja usanza y el interés se
disparó, la curiosidad hizo acto de presencia y hasta su postura corporal
cambió. Timidez. ¿Cómo comenzar a conversar? Esa corriente de energía ya se
había generado y ahora la duda era qué colocar en ella: qué palabras; en qué
momento; cómo gestionar las sonrisas.
- Perdona, ¿escribes un artículo?
Así de escueto, educado y directo
comenzó a conversar. Simplicidad en estado puro. ¿Cómo no contestar a eso si
además venía acompañado de una bonita sonrisa?
Apenas unos minutos de
conversación pero da tiempo a reconocerse, a saber que podrías estar horas
hablando. Pero hay gente alrededor y a pesar de intercambiar información no muy
reseñable, sentí que el espacio estaba invadido. Esa burbuja donde dejar fluir
confidencias y experiencias más personales no era posible. Estábamos en un
tren; mesa de cuatro, espacio compartido.
Aún no sabía en ese momento sobre
lo que escribía. Si supiera que mientras me ha observado y se ha decidido a
hablarme yo estaba inmersa en una escena de sexo que me tenía transportada a
otro instante, mucho más íntimo, donde ninguno de los presentes alcanzaba a estar
excepto yo.
- No, no es un artículo. Es tan sólo una pequeña
historia.
Los otros viajeros escuchan;
disimulan pero la cercanía no deja lugar a otra cosa.
- ¿Te importaría que lo lea? Me encantan las historias. –
de nuevo esa sonrisa. Decido que esa burbuja existirá si la creamos y le paso
la libreta.
Pelo algo rizado y todo en él
color avellana: ojos, cabello y hasta el color de su piel está algo tostado. La
sonrisa es franca y la despliega ante mí cuando recibe la pequeña libreta. Le
observo mientras lee y su cara se pone algo seria mientras se concentra en la
lectura. Espero que se refleje algún cambio en ella mientras avanza en el
relato e incluso que me dirija alguna mirada cómplice. Nada.
Tan sólo cuando me la devuelve
las comisuras de sus labios se alzan y clava su mirada en la mía. La burbuja se
ha creado.
- Interesante. – me dice.
- ¿Te ha gustado?
- Sí, bastante. No me esperaba ese tipo de historia.
- Gracias.
El resto del viaje nos sirvió
para ir charlando sobre la ciudad destino, para averiguar que él es de allí y
yo le conté que sólo iba de escapada de fin de semana. Sola. Los viajes ponen
en marcha a mis musas y la sensación de aventura no suele abandonarme cuando
salgo de mi entorno habitual.
La conversación siguió fluida y
los pocos silencios no eran incómodos sino tan sólo el preámbulo de un poco más
de charla amena descubriéndonos pequeños detalles, algo superficiales aún, de
nuestras vidas. El tren llegó al destino y le pedí el teléfono, con tono algo
inseguro a mi pesar pero es que…¡era tan encantador! Él volvió a sonreírme,
complacido, y me dijo que no sabía si yo querría dárselo. Aprovechamos para
intercambiar no sólo teléfonos sino también los nombres.
Llegué al hotel sintiéndome contenta.
La falta de costumbre hacía que sintiera como una peripecia el incidente del
tren y el conocer a alguien interesante siempre era un extra. Aún era un poco
pronto para pensar en bajar a buscar sitio para cenar, así que me preparé un
baño y me metí en él con el chico de sonrisa dulce y mirada interesante en
mente.
Con el cuerpo fresco y
canturreando mientras deshacía la maleta sonó el teléfono. El corazón se me
aceleró un poquito por la sorpresa al ver el nombre del desconocido del tren.
Quería que cenara con él y me propuso una tasca que yo no conocía. Parecía que
esa ropa que solía coger para disfrutar de sentirme guapa en los viajes, ese
día tendría un espectador. Vestido cómodo pero marcando curvas y generoso
mostrando escote. Me vestí sin prisas, disfrutando del momento, de la espera, y
cuando por fin llegué a la tasca me lo encontré esperándome ya. Se había puesto
guapo. Nos saludamos con dos besos y me gustó el toque de su mano en mi brazo.
Olía rico.
No había tensión. La inquietud
inicial dio paso enseguida a la comodidad vivida en el tren pero ahora
estábamos solos. El vino ayudó a relajar un poco más, si cabe, el ambiente
entre nosotros pero a pesar de estar sentados cerca él guardaba las distancias,
se mantenía en su sitio.
Se acercó un poco a mí al sacar
el tema de esos relatos que escribo y su olor me llega de nuevo,
envolviéndome. Le conté un poco sobre ellos, bajando algo el tono de voz, y
hasta le dejé saber que a veces me caliento mucho mientras los escribo. ¡Ay, el vino…!
- ¿Así que te calientas?
Y esto me lo preguntó sin esperar
respuesta alguna, bajando su mirada a mi boca. Mi cuerpo reaccionó y mis labios
se entreabrieron sabiéndose observados.
- El que me has dejado leer en el tren también me ha
calentado a mí. Menos mal que te he preguntado por lo que escribías o me lo
hubiera perdido…
- Si.
No alcancé a decir más, en ese
punto daban igual las palabras. Las cabezas estaban ya bastante cerca y el tono
de las voces era apenas un susurro. El deseo había comenzado a serpentear mi
cuerpo y me acerqué un poco más, incitándole. Quería besarle. Sus labios se
abrieron para mí y recibió mi boca de manera tierna. Besos delicados, suaves,
que en vez de aplacar mi deseo consiguen que crezca un poco más. Al separarnos
le vi mirarme el escote. Ya le había pillado mirándolo de reojo durante la cena
pero ahora el recatado parecía haberse echado a un lado y yo sentí que me
derretía un poco más descubriendo el deseo en sus ojos mientras no tenía
reparos en disfrutar de la vista sabiendo que le estoy observando.
Mi respiración andaba algo
entrecortada y era muy consciente del movimiento de mis pechos bajo su
escrutinio. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Cuando sus ojos retoman los míos
pienso en decir algo pero no se me ocurre nada y pasamos así un instante que no
sé si duró apenas unos segundos o varios minutos largos.
- ¿Nos vamos? – me dijo.
Asentí siguiendo esa inercia que
se había apoderado de mí y me hacía ser consciente sólo de él y de esa
corriente que había aparecido entre los dos. Mientras salíamos me preguntó
bajito si me parecía bien ir a su casa y asentí de nuevo, perdiéndome en sus ojos.
Al salir a la calle llovía; llovía como si no hubiera mañana y yo bajé un
momento de la nube, pensando en cómo iba a quedar mi pelo, el maquillaje y en
que ese vestido, que tanto me gusta, se iba a pegar a mi piel como un aliado
más de la tensión sexual que flotaba en el ambiente.
CONTINÚA EN "Nos Reconocimos II"...
Extraños en un tren. Los trenes ya de por sí tienen esos elementos "naturales" para justificar una excitación. El vaivén durante todo el trayecto- aunque el AVE está acabando con esa parte tan interesante. La obligada proximidad en los pasillo donde los cuerpos se ven obligados a juntarse necesariamente y comprobar así la anatomía del cruzado. Y si a todo esto le añadimos un interesante relato, el resultado se espera en una segunda entrega...esperaré
ResponderEliminarNo esperarás mucho, prometido. La segunda parte está ya "calentita"en el horno ;)
ResponderEliminar¡Gracias Gafas!
Me encanta cómo consigues crear esa tensión sexual en el relato. Y eso que lo mejor no ha empezado todavía. No te hace falta ser explícita para mover al lector de la silla. Espero la segunda entrega pronto. De momento, me voy a la cama con una sonrisa.
ResponderEliminar¡En breve, en breve la segunda entrega! Me estáis poniendo nerviosa hasta a mí con la espera :D
EliminarEl haberte llevado a la cama con una sonrisa me llega al alma. ¡Gracias!