(AQUÍ CONTINÚA Nos Reconocimos I )
Una vez en el taxi, sin importarnos estar empapados, volvimos a enredarnos en besos y abrazos. Todo fluyó y al llegar a su casa, mojados como estábamos, me ofreció una toalla primero y luego una copa, para entrar en calor, me dijo. El sofá era grande y parecía cómodo pero no me atreví a sentarme con la ropa empapada, pero debió darse cuenta de esa mirada de reojo al mueble porque, con esa sonrisa que me ganó desde el primer instante en que apareció, se acercó y me besó con tiento.
Una vez en el taxi, sin importarnos estar empapados, volvimos a enredarnos en besos y abrazos. Todo fluyó y al llegar a su casa, mojados como estábamos, me ofreció una toalla primero y luego una copa, para entrar en calor, me dijo. El sofá era grande y parecía cómodo pero no me atreví a sentarme con la ropa empapada, pero debió darse cuenta de esa mirada de reojo al mueble porque, con esa sonrisa que me ganó desde el primer instante en que apareció, se acercó y me besó con tiento.
- Creo que a los dos nos vendría bien una ducha caliente.
Le miré sin saber muy bien si
acababa de insinuarse pero me quedé allí, inmóvil. Salió del salón, sin
reclamarme y escuché de fondo el sonido del agua así que aproveché para
acercarme al equipo de música y lo puse en funcionamiento sin ni siquiera mirar
qué había puesto. Frank Sinatra me envolvió y me dediqué a mirar más en detalle
la decoración. Observé con deleite el cuadro grande que decoraba la pared sobre
el sofá y que llamó mi atención desde que entré. Era un desnudo femenino donde
la mujer se mostraba de perfil, sentada sobre sus talones y agachada, en
posición de recoger algo, dejando sus pechos asomarse al precipicio que se extiende
bajo ellos. La cabeza estaba ladeada hacia el que mira, con sonrisa cómplice y
mirada traviesa. Así, embelesada, me halló él cuando apareció. Se situó a mi
espalda, cerquita y me susurró al oído.
- ¿Te gusta?
- Es precioso.
- Ésta haría buenas migas con la protagonista de tu
relato.
- Seguro que sí.
Me llega el mismo olor rico del
inicio de la noche y al girarme la imagen me desconcertó un poco. Sólo se había
vestido de cintura para abajo, con un pantalón de esos cómodos que nunca sé muy
bien si son de pijama o para hacer deporte. Traía el pelo húmedo, reluciente, y
parecía que el chico tímido de nuevo hacía acto de presencia, con lo que el
contraste de su actitud con su semidesnudez me descolocó.
-
Ve, caliéntate en la ducha y ponte ropa seca. – pero la
verdad es que era él quien me calentaba.
Me agarró de la mano y me mostró
dónde está el baño, marchándose una vez que estuve ubicada. Vi que había dejado
ropa para mí. Con el pelo recogido noté cómo el agua caliente entonaba de nuevo
mis músculos y canturreé escuchando de fondo a Frank. La ducha me relajó y al
acabar me arreglé lo que quedaba de maquillaje y me solté el pelo terminando de
secarme. La verdad es que el vestido seguía bastante húmedo y miré con
agradecimiento la ropa seca que había dejado para mí, pero me quedé perpleja
cuando sólo encontré un pantalón, uno similar al de él. ¡No podía ser!, pero
por más que miré alrededor no había más ropa seca. Esa mezcla de timidez y
descaro me desató las ganas de nuevo. ¿Y ahora qué? Decidí estar a la altura de
las circunstancias, o del juego que parecía estar desplegando, así que me vestí
tan sólo con el pantalón y descalza, hombros atrás, para inspirarme una confianza
que en ese momento no sentía, aparecí ante él.
La luz era más tenue ahora. Él
estaba en el sofá, con su copa, y vi que estaba expectante ante mi vuelta del
baño, ante mi decisión sobre la ropa seca, seguramente, y ver cómo me
presentaba.
-
El pantalón te sienta estupendamente – y su cara de
niño que se ha salido con la suya no quita ojo a mis pechos.
Si en el baño había sentido morbo
ahora allí, de pie, desnuda de cintura para arriba y viendo el deseo en su
expresión, sentí reptar las ganas por mi entrepierna y hacerla gemir. Sus manos
me llamaron y al acercarme aprovechó para tumbarse boca arriba. Esa parte
azucarada y tímida de mi interior seguía presente, a su modo, y me quedé en el
sofá sentada a su lado, mirándole. Protesté porque no me parecía justo que sólo
me hubiera dado un pantalón pero me replicó que así estábamos en igualdad de
condiciones. “Ven”, me pidió de nuevo, y tras darle un largo trago a mi bebida
me tumbé encima de él. Noté un gran bulto ya contra mi pubis y sonreí
recolocando mi cadera para acoplarlo lo mejor posible. Por fin sentía su piel
contra la mía. Los besos comenzaron siendo lentos, húmedos; los torsos
apretados.
Me susurró que quería ir con
calma y disfrutar de sentirme pero no estaba muy segura de poder aguantar ese
ritmo. Tenía ganas. Me moría de ganas de sentirlo. Así que, aunque al principio
le seguí, pronto comencé a restregarme contra él, a besarle el cuello y
mordisquearle la oreja. Noté que sus ganas también crecían y se animaba.
Pasamos un rato así, con el deseo a flor de piel, alimentándose de los besos;
el apetito y su polla creciendo al mismo ritmo; mis pechos apretados por sus
manos cuando me incorporaba un momento a tomar mejor postura para bajar a
mordisquear sus pezones. Su pelvis empezó a moverse a contratiempo con la mía y
el pantalón empezó a estorbarme. Había prescindido de las bragas y, a pesar de
la suavidad de la tela, su piel me llamaba a gritos.
De rodillas, me quité el pantalón
y le ayudé a quitárselo a él. Por fin podía rozar toda mi piel con la suya,
sentirlo entero, pero se incorporó, quedando cara a cara y comiéndonos con
besos más intensos. Aproveché para bailar de nuevo contra sus caderas y restregarme contra él, sintiendo su polla resbalar por mis labios mojados mientras
nos mordisqueábamos las bocas. Sentía las caricias de sus manos, desde la nuca
hasta el culo, y mis pezones vibrar, duros, con el roce del vello de su pecho.
Me tumbó y me abrí bien de
piernas, invitándole a acoplarse, y le acogí entre ellas cuando se puso
sobre mí. No aguantaba más, sentía mi clítoris palpitar; empezaba a doler por
la excitación y el roce. “Fóllame”, le pedí entre gemidos, agarrándole
el culo a dos manos. Pero no lo hizo y me siguió torturando, un poco más,
restregando su sexo contra mi humedad, hasta que bajó y sus labios acariciaron
aquellos míos que no podían devolverle el beso. Me lamió. Lamió mi sexo
despacio, llenándolo con su lengua, recorriéndolo de abajo a arriba una y otra
vez. Olvidé casi por completo las ganas de sentirle dentro sintiendo esa
deliciosa lengua deslizarse cada vez más empapada de mí. Me sentía como un helado siendo saboreado
mientras mis piernas y mi pelvis se rendían a ella. Mis jadeos se convirtieron
en gemidos; su cabeza, prisionera de mis manos, apenas se movía, dejando a la
lengua y a mis caderas bailar a su ritmo. Los gemidos crecieron, al ritmo que
mi pubis se retorcía contra su boca, hasta notar que el orgasmo se acercaba. Me
elevé, grité, me corrí.
Lo aparté suavemente porque mi
clítoris necesitaba descanso, un respiro, pero él respondió haciéndome probar
mi sabor con sus labios. Estaba empalmado y me dejó sentirlo, un instante,
antes de sentir mi mano acariciándole. Todavía entre jadeos le masturbé, pero
estaba tan excitado que enseguida se corrió encima de mí.
Aún recuerdo el calor, su sudor
contra mi piel, la languidez y su cuerpo descansando sobre mí. Así pasamos un
rato, tumbados, con su cabeza apoyada en mis piernas. Luego comenzó a olerme,
acarició mis muslos con la incipiente barba y sentí su nariz abrirse paso. Su
mano iba de avanzadilla, con los dedos provocándome en un arrastrar cansino que
comenzó a encenderme de nuevo. Su nariz me recorría las ingles, dejándole luego
espacio a la lengua, llenándose ambas de mí. Pensé que sentiría sus dedos
penetrándome pero era su boca la que exigía protagonismo y mis piernas se
rindieron abriéndose de nuevo de par en par, dejándole disfrutar y deleitando
mi coño de nuevo. Su lengua en mis labios sabía sabrosa; incansable, parecía no
saciarse nunca con mi sabor y me recorría hasta bien adentro. Me penetraba
hasta allí hasta donde podía, desvergonzada, y volví a sentir ese
estremecimiento de la piel que auguraba el ascenso del clímax de nuevo.
Fantástico Erica, te superas.
ResponderEliminarJacobo del Amo
Viniendo de tí, querido Jacobo, eso va mucho más allá que un simple piropo. Un abrazo enorme.
EliminarHay algunas cosas que me llaman la atención de este relato. La música de Frank Sinatra. La timidez de los dos que se ve superada por el deseo, pero se ve ese punto en el que tienes dudas. Me pone mucho ese momento. Y, por fin, la ausencia del coito. Importante, porque se aleja de lo previsible.
ResponderEliminarEn fin, me ha gustado y no he tenido que cambiar de pantalones ;) Estar rodeado de facturas de Iberdrola mientras lees, es lo que tiene.
Qué bien que te haya gustado y poder haberte sorprendido con algo ;D La próxima vez, espero que leas con algo cómodo y sin facturas alrededor y disfrutes más aún.
EliminarGenial!!Es difícil escribir un relato erótico sin caer en la ordinariez o la estupidez sensiblera.
ResponderEliminarMuchísimas gracias María Eugenia :D Encantada de que te hayas pasado por aquí. Vuelve cuando quieras y recorre mis letras sin dejarte ningún rincón.
EliminarTarde de trabajo,con cielo gris de día lluvioso. Pausa para leer, para disfrutar de otro episidio de sensualidad hecho letras. Cada historia que te leo, más me atrapa. Sí, una tEde gris en el trabajo que me abre la ventana del deseo. Otro relato en el qhe deleitarme y que recordaré cuando me masturbe. (TyC)
ResponderEliminarEl que lo vayas a recordar cuando te masturbes me parece uno de los mejores piropos que podrías decir del relato.
EliminarGracias por seguir pasando por aquí, TyC