jueves, 21 de julio de 2016

Cambio de Rumbo III

 ["RUMBO FIJADO": colaboración en krakens y sirenas el 29 de Junio de 2016]

El sol calienta, casi quema la piel que ya muestro y claro, como todos, echo de menos lo que no tengo. Ahora me gustaría que anduviera lloviendo, con el sonido de las gotas golpeando la ventana. Sí, la usaría como excusa para esta tristeza que se me ha agarrado al corazón. No hay nada roto, sólo ha sufrido arañazos pero este cambio de rumbo ha sido forzado, así que le he pedido tiempo y me lo ha dado; ninguno de los dos esperaba que yo me fuera a sentir así, sobre todo yo. ¡Con lo que había meditado la situación y sus posibles consecuencias!

Aquella primera vez en el motel, eso recuerdo ahora… ¡Si lo hubiéramos dejado  ahí! Pero él, una vez abierta la puerta, quería más. Fue excitante, diferente; encontré en aquel motel a un hombre al que no conocía, que me hizo mirar a una parte de mí que no reconocía tampoco. A pesar de que yo había hablado de reglas, ciertas normas para fluir ambos en la misma dirección, una vez allí, ninguno de los dos las cumplimos. El sexo pasó a ser salvaje, usábamos las miradas de amor y deseo, tan reconocibles entre nosotros, como preliminares para embestirnos a continuación como si jamás hubiésemos follado juntos. Hasta esa noche nunca había desconectado tanto de la que suelo ser; me olvidé de quién he sido o cómo suelo ser. Y me gustó.

A partir de ahí hubo una complicidad nueva al mirarnos, las caricias eran diferentes porque sabían lo que podían llegar a conseguir y la profundidad que habían experimentado a través del sexo. Un motel y una fantasía de dos, cumplida, nos había transportado a otra dimensión en la relación. La mezcla de sorpresa y emoción en mí tardaron en desvanecerse. Creo que presintió cuándo comenzaba a pasar y decidió que era momento de otra aventura.
Se cogió unos días de vacaciones, ¡una semana entera para nosotros! No podía creerlo. Me sorprendió apenas una semana antes de la fecha (sabe que no tengo problema en cogerme días cuando sea), con sitio y hotel reservado. Esta vez sí me llevaba a un hotel de cuatro estrellas junto a la playa. Me encantó la elección. Nos fuimos al sur, en busca de algo más de calor porque mayo no nos daba mucha tregua con las temperaturas. Tuvimos un par de días en los que las horas que pasábamos en la playa rivalizaban con las que pasábamos en la cama, ya fuera durmiendo o con el sexo que apeteciera en aquel momento, salvaje o suave. El tercer día me dijo que tenía ganas de jugar de nuevo y me propuso vestirnos algo diferente, de una manera un poco más atrevida que de costumbre, “para intentar buscar de nuevo a aquellos del motel”, dijo. Y eso hice, buscar a aquella sin ropa interior de la noche del motel.

La idea me excitó, me puso en situación. No me lo contó, pero con el avance de la noche me di cuenta que lo había planeado todo; no dudó ni un instante en el recorrido hasta el restaurante donde fuimos y donde el ambiente que se respiraba también era poco habitual. Era parte de un hotel grande y precioso, con una música de fondo, luz ambiental y otros pequeños detalles diferentes. Sí, contaba con pequeñas velas en cada mesa pero no había manteles, tan sólo unos salvamanteles preciosos, de un blanco inmaculado con bordados en rojo y plata, a juego con la luz de la pared.
Al principio simplemente me fijé en que eran muy hermosos, pero me cuesta quitarle ojo a mi amado y fue ya en los postres cuando, siguiendo su mirada, me percaté que la ausencia de manteles permitía ver con nitidez todo aquello que pudiera pasar bajo la mesa… El jugueteo de manos, inocente algunas veces o adentrándose en los muslos; algún pie desnudo de excursión por pantorrilla ajena; el abrirse de piernas jugando a subir el vestido y dejando entrever que no era la única con el sexo al descubierto…
Me excitó. De nuevo, salía de mi zona de confort y la situación me ponía cachonda. Acabábamos el postre y, cuando pensé que pediría la cuenta, me ofreció la mano invitándome a seguirle. Pidió al camarero que cargaran la cena en la habitación 212. “Tiene fijación con ese número”, pensé; pero lo verdaderamente extraño era que hubiera reservado allí otra habitación. Eso hizo que mi deseo creciera aún más, la noche prometía juego. No salimos a la calle, tan sólo atravesamos el gran recibidor del hotel y entramos en una zona mezcla de pub de lujo y coctelería. Él me guiaba de la mano y por un instante paró y pareció buscar a alguien, aunque en ese momento no le di importancia. Me llevó a uno de los sofás que formaba un rincón en círculo. Aquí la luz seguía siendo tenue y la gente que había seguía en la línea que en el restaurante, de echo, reconocí algunas caras.

Pedimos un par de copas y a partir de ese momento todo se precipitó. Besos, caricias atrevidas, casi demasiado. Me dije que debía buscar dentro de mí a aquella del motel, y me relajé, me dejé llevar por las sensaciones. Me dejé llevar tanto que no percaté del momento en que aquel chico se sentó a mi lado; yo andaba medio girada, con mi pierna sobre las de mi chico, concentrada en aquellos dedos que hacían las delicias de mi sexo. Lo primero que sentí fueron sus dedos recorriendo mi tobillo, hacia mi pantorrilla, y su boca besando suavemente mi nuca, a lo que mi reacción fue la de frenar en seco mis besos e intentar ver quién estaba a mi espalda y se permitía tocarme sin previo aviso. Mi chico me paró, sujetó de manera suave y firme mi cara, con aquella mirada que yo ya sabía reconocer: déjate llevar, esto me vuelve loco. Sentí que de estar humeda pasaba a estar mojada. Le toqué para confirmar lo que imaginaba, que se había endurecido en apenas unos segundos y a continuación tenía dos manos, cada una de un hombre diferente, jugando con mi sexo y rivalizando en darme placer. Me dejé llevar, me olvidé que había público y decidí volar en brazos de mi amado a una situación nunca antes imaginada.

Pero hubo un giro que no vi venir y es que, en un momento determinado, cuando ya los tres estábamos en la famosa habitación 212,  que comenzaba a ser un fetiche, con los cuerpos desnudos y comenzando a retomar aquel tocarse, reconociéndose a tres, que en realidad nunca había terminado del todo, justo ahí, comenzaron a besarse… Se besaban con ansia, sin apartarme pero descubriéndose con ganas. Esto no llegó a paralizarme, al fin y al cabo era un juego a tres, incluso me gustaron esos besos, me gustó verle disfrutar otra boca aunque fuera de un hombre. Lo que siguió consiguió que me hiciera a un lado, que no supiera reaccionar porque el deseo que vi en la mirada de mi chico era distinta a cualquiera que hubiera visto cuando me miraba a mí, ni siquiera en el motel. Vi aquellos penes buscarse, como miembros ciegos que una vez erectos poseyeran un radar que sólo ellos conocían, como un lenguaje nuevo e ininteligible para mí.
No pude, me aparté; no conseguía digerir, sin ni siquiera un preaviso, aquella visión de ese cuerpo amado dejándose embestir por otro igual. Y quizás lo que más me dolió fue que en ese momento no se percató de que el juego había pasado a ser sólo entre dos, de nuevo. No me echó de menos.
Y aquí estoy. Cociéndome al sol, intentando que esta sensación de quemazón mitigue un poco ese otro dolor, no físico que no sé cómo digerir. El rumbo de mi amado parece fijo, inalterable, me ha dejado claro que no hay marcha atrás y que he de averiguar si sigo amándolo con esta  parte suya que ha decidido, por fin, abrazar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario