Noche de plan imprevisto, de última hora y,
como casi todos los no planeados, estupendo. Copas, risas, amigas, amigos de
amigas y entre ellos, él, Pablo. No lo conozco mucho, hemos coincidido muy
pocas veces. Es de mirada dulce pero sonrisa pícara, una mezcla irresistible y
peligrosa que no pensé llegar a experimentar en las distancias cortas.
El cruce de miradas que hubo durante toda la noche fue creciendo y, cuando ya el alcohol ayudaba a desinhibirse sin esfuerzo alguno, las miradas dejaron paso también a la charla distendida y las sonrisas tontas. En la charla, al cabo de un rato, me habla de su trabajo y me ofrece una sesión gratuita, un masaje, el que yo quiera. Y claro yo, por pedir que no quede, así que me pido un completo, uno de cuerpo entero, que nunca me han dado uno. Me propuso una cita esta misma semana y me alegré porque, la verdad, apetecía volver a ver esa mirada dulce, a la que tenía que acceder levantando algo mi cabeza.
El cruce de miradas que hubo durante toda la noche fue creciendo y, cuando ya el alcohol ayudaba a desinhibirse sin esfuerzo alguno, las miradas dejaron paso también a la charla distendida y las sonrisas tontas. En la charla, al cabo de un rato, me habla de su trabajo y me ofrece una sesión gratuita, un masaje, el que yo quiera. Y claro yo, por pedir que no quede, así que me pido un completo, uno de cuerpo entero, que nunca me han dado uno. Me propuso una cita esta misma semana y me alegré porque, la verdad, apetecía volver a ver esa mirada dulce, a la que tenía que acceder levantando algo mi cabeza.
Su centro de fisioterapia y terapias
naturales es en realidad un pequeño apartamento donde apenas distingo cuatro
puertas al entrar. Me acompaña por una de ellas a un diminuto despacho donde me
toma los datos e intento ser lo más impersonal posible porque ahora no hay
alcohol que me ayude a controlar los nervios que este chico me provoca estando
cerca. Pasamos a la sala donde realiza los masajes y me da una toalla pidiéndome que me prepare, que me desnude, mientras sale un momento.